La evolución de los estilos de natación a lo largo de la historia ha estado marcada por la búsqueda de mayor eficiencia y velocidad. Hoy en día tenemos más información para entender cómo se comporta nuestro cuerpo en un fluido como el agua, y gracias a ello hemos podido ajustar nuestra técnica para arañarle décimas al crono Tan sólo hay que comparar los récords mundiales de hace 80-90 años con los actuales para darse de bruces con la realidad:
Nuestros abuelos y abuelas eran potencialmente grandes nadadores. Tomemos como ejemplo a Johnny Weissmuller, cinco veces campeón olímpico en los años 20 y 30, o a Dawn Fraser, una leyenda de los años 50 y 60, con tres medallas de oro consecutivas en los 100 metros libre . Eran nadadores excepcionales para su tiempo, pero carecían de la información y tecnología necesarias para estar a la altura de los nadadores actuales
Y aquí es donde nos damos cuenta de cuán importante es la técnica y las ganancias que podemos obtener si somos guiados de manera correcta La biomecánica del nado, la optimización de la patada y la brazada, así como la capacidad de aprovechar el deslizamiento en el agua, son aspectos que antes se exploraban de manera empírica, con ensayo y error. Ahora, sin embargo, cada movimiento en el agua está calculado al milímetro, gracias a la tecnología de análisis del movimiento subacuático y al estudio profundo de la física del cuerpo en el agua
Es fascinante pensar que un pequeño ajuste en la posición del cuerpo o en la secuencia de respiración puede ser la diferencia entre ganar o perder Hoy en día, los nadadores tienen acceso a herramientas que optimizan cada aspecto de su desempeño: desde trajes de baño diseñados para reducir la resistencia al agua, hasta entrenadores que utilizan cámaras subacuáticas y análisis de datos en tiempo real. Sin esta evolución, no veríamos los récords que caen constantemente en las competencias internacionales.
No obstante, el cambio más relevante no está solo en los avances tecnológicos, sino en la forma en que entendemos la natación como un arte y una ciencia. Al fin y al cabo, es la relación simbiótica entre la ciencia y la genética de nuestros deportistas, la que ha hecho posible lo que para nuestros abuelos y abuelas era algo totalmente inimaginable
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